Una pregunta recurrente cuando incursionamos en el mundo del Storytelling con foco en el desempeño profesional es: qué historias se pueden contar? Cómo las elijo? Para qué? Cuándo contarlas?
Cómo las obtengo? En qué momento las cuento?
a) No estoy obligado a contar siempre una historia si no viene al caso, o si no tengo una historia apropiada para la situación
b) Si las cuento es porque previamente obtuve información que las revela adecuadas para el caso
c) Siempre puedo indagar sobre las historias que trae el cliente, siempre cuenta algo que refleja una experiencia aunque sea a través de una observación, pregunta, mirada. Puedo interpretar e indagar sobre lo que veo, escucho, detecto que me dice algo del cliente
d) Toda situación de éxito o fracaso que me dejó algún aprendizaje, o que muestra un aprendizaje de algún otro que yo tomo como ejemplo, es transformable en una historia narrable
Qué historias? Para qué?
Hay historias que están orientadas a construir relaciones, ganar confianza, mostrar vulnerabilidad (personal u organizacional)
Otras historias apuntan a persuadir mostrando un curso de acción o soluciones para determinadas necesidades.
Tanto en la vida personal como la profesional, permanentemente escuchamos y contamos historias. Lo hacemos en transparencia, sin darnos cuenta y sin darles forma, por lo cual no nos parecen relevantes o que causen impacto. Esto ocurre porque describimos y transmitimos información en lugar de habilitar las emociones y vivencias que habitaban en cada una.
Qué pensaba, que sentía, qué dilemas afrontaba, qué éxitos y fracasos atravesó, el protagonista de lo que cuento?
No se trata de que nuestro oyente vaya a convulsionar tomado por una emoción pero sí invitamos a quien nos escucha a transitar los obstáculos que nuestro protagonista afronta, aciertos, errores, vulnerabilidades, identificándose con la experiencia y mostrando el desenlace. Le damos la posibilidad de acompañarla y vivirla en sus propios términos.
Llegar con entrenamiento a la esencia de lo que contamos nos conecta y nos empodera con nuestros talentos y singularidades. Allí reside la potencia de nuestras propuestas de valor.
Tenemos historias y afuera hay gente dispuesta a escucharlas y valorarlas en el contexto de nuestras comunicaciones.
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