“Si tú no sabes qué quieres conseguir con tu presentación, tu audiencia tampoco lo sabrá”. –Harvey Diamond.

Un discurso aburrido, desdibujado es como un chiste mal contado: cuando lo terminamos (inseguros) seguimos explicándolo. Compromete el llamado a la acción (en realidad hace que sea rechazado si lo hicimos).

Si no tenemos objetivo claro, si no estamos convencidos del mismo ni del para qué y por qué del discurso, si no sabemos dónde vamos ni lo que queremos que le pase a la audiencia, el final está asegurado como una profecía auto-cumplida: no lo tiene.

“Si no puedes resumir tu idea en 10 palabras no tienes idea”. –Seth Godin-

La indefinición de estos puntos nos aleja de hacer foco en los conceptos esenciales de la propuesta y favorece la inclusión de frases o ideas de las cuales estamos enamorados pero que son irrelevantes y distractivos para la presentación. Damos rodeos para expresarnos, confundimos, aburrimos, distraemos. Nos protegemos con retórica y argumentaciones complejas, académicas. Mostramos saber…para nosotros. Aprobación personal.

El camino para evitar esta inadecuación se basa en preparar y trabajar profundamente:

  1. El objetivo de la presentación: qué quiero que le pase a la audiencia al finalizar? cuál es la propuesta de valor? la validé?
  2. Desarrollar la idea central: las etapas y la columna vertebral que articula los conceptos relevantes de la exposición, su relación y soporte atractivo de los contenidos
  3. Articular el desarrollo del discurso y la experiencia que propone, con un final claro y el llamado a la acción
  4. Practicar, practicar, practicar

Algo que no debemos olvidar: tenemos identidad pública nos guste o no, la diseñamos nosotros a través de nuestras intervenciones o la dejamos en manos de los demás. La calidad de nuestras presentaciones se verá reflejada en la efectividad del llamado a la acción y… es medible.



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